miércoles, 11 de mayo de 2011

¿Un día normal?


-Juan, Juan. Despiértate. Vamos un poco retrasados para el juego.
-Porfa papi, dame 5 minuticos, que estoy muerto de sueño.
-A mi también me esta afectando. Prácticamente no dormí por el movimiento y ruido del tren. Pero ya es hora, tenemos que ir
-Es que es algo totalmente nuevo para nosotros dormir en el camarote de un tren. Parece que estuviésemos en 1800. Tienes razón, lo último que queremos es llegar tarde al Madrd-Barsa.
-Entonces apúrate!

Cada uno se bañó y vistió lo más rápido posible. Entre mi padre, mi hermano y yo la vestimenta no varió demasiado: camisa, gorro y bufanda del Real Madrid. Había dejar bien claro a cualquiera que se nos cruzase que somos hinchas de dicho equipo, que en nuestras venas corre sangre blanca.

Fue una experiencia diferente pasar la noche viajando en tren. Al decir diferente, quiero decir tanto agradable como en ocasiones desagradables. Proveníamos de pasar algunos días en la tierra de los celtas, Galicia, en La Coruña, una hermosa pequeña ciudad junto al mar. Llegamos a la estación de Chamartín, agotados, pero a la vez muy animados por lo que estaba por venir.

El metro en camino al hotel estaba más lleno que lo que jamás hubiese imaginado, debido a que a esa temprana hora la gente se dirigía a sus trabajos. Me impactó la diversidad cultural y lingüística presente en un solo vagón: españoles, latinoamericanos, ingleses, africanos, chinos, japoneses y un australiano, un poco desorientado. No es difícil imaginar lo complicadas que fueron las  “maniobras” en el metro con todo el equipaje y como el dicho popular “un bululú de gente”.

Al llegar al hotel, un poco aturdidos por el ruido del metro, dejamos las maletas y “recargamos las baterías” por un par de horas. Al levantarnos, adoptamos de nuevo el uniforme de “hooligans”.

Muy optimistas, nos dirigimos a la plaza de la Cibeles. Lugar dónde el club local y sus fanáticos se reúnen para celebrar los títulos y grandes partidos conseguidos. Digo muy optimistas, ya que ahí esperábamos terminar la noche, luego de ganarle al rival, o… es más como un enemigo realmente.

Almorzamos en un pequeño restaurante casero, atendido por una muy amable señora que nos informó a los pocos minutos que al igual que nosotros no era de Madrid, había nacido en Bilbao. Pudimos apreciar por la ventana de la estructura datada de 1800, el espectacular palacio de la Cibeles. Este se encuentra justo enfrente a la plaza, que posee una fuente con la diosa griega que le debe el nombre tanto a la plaza como al palacio.

Directamente, tomamos de nuevo el metro, pero esta vez con más ánimo: para dirigirnos al superclásico español. Cantamos dentro  de los vagones junto a cientos de hinchas que tenían el mismo propósito que nosotros.

A partir de ese momento, todo era un sueño hecho realidad. Finalmente iba a asistir a uno de los partidos más importantes mundialmente, a ver los mejores jugadores del planeta. Se podía sentir en la gente por su entusiasmo el profundo sentimiento de amor irracional a la institución que es el Real Madrid. Algunos llevaban esto más allá, tatuándose el escudo del club, por supuesto, orgullosos.

Disfruté cada canto, cada grito, cada jugada, cada respiro de esos 90 minutos. Realmente me sentía en las nubes, compartiendo junto a 89 mil personas una misma pasión: el amor por el fútbol. Al final, no hubo goles, por lo que no termino el día en La Cibeles celebrando, ya que ningún equipo se impuso. Pero este hecho no le resta el encanto a la noche en lo absoluto, así es el fútbol. Tampoco significa que no hayamos celebrado, nos dirigimos a un bar local a comentar, sentir y revivir el partido junto a otros.

Al llegar al hotel, un poco cansado ya que me pesaba la enorme sonrisa en mi cara que llevaba horas presente. Reflexioné sobre el extraordinario día que tuve. Yo pienso que al final de la vida, lo único que nos quedan son los recuerdos de lo que hicimos. Por lo tanto tenemos que vivir al máximo, para al final, ya viejos e incapaces de embarcarnos en aventuras, seremos felices al recordar cada momento que experimentamos. Esta noche fue, definitivamente, un recuerdo para conservar. Justo antes de alcanzar el sueño, pensé: Podría morir ahora mismo, y moriría feliz por lo que acabo de vivir.


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